Esta es la historia de una niña que vive toda ilusionada el Día de Reyes.
Esta niña, la mayor de tres hermanos, vivía en una aldea, esperaba ansiosa el día de Reyes. Esa noche, después de poner sus zapatos bien limpios en el alfeifar de la ventana, junto con los de sus hermanos, se acostaba, pero casi no podía conciliar el sueño imaginándose como podrían llegar hasta su ventana y dejarles algo, pero el cansancio podía más y al despertar se encontraba con la «sorpresa». Normalmente se trataba de un plátano o una naranja. Todo un lujo. Muy ilusionados lo comían muy despacio, a alguno le duraba varios días.
Al día siguiente iba al pueblo a visitar a sus primas y comprobaba la cantidad de juguetes que les habían traído los Reyes. Unas muñecas tan preciosas que casi no se atrevía ni a tocar. Ella sólo miraba y pensaba porqué a ellos no. ¿Sería porque vivían en la aldea? ¿ Sería porque no se habían portado bien?. A esto último no le encontraba mucho sentido, ya que veía que sus primas no se portaban mejor que ellos. Pues, ¿ porqué sería? Y regresaba a su casa con una sensación agridulce.
Un año después su hermana pequeña pregonaba a los cuatro vientos que los Reyes eran los padres, sin que ella le creyera. Pero justo la noche del Día de Reyes se despertó en el mismo momento en el que su tía estaba colocando los plátanos, y, aunque estaba tapada hasta el pelo, comprendió que su hermana tenía razón y entendió aquellas diferencias.
Nunca tuvo una de aquellas muñecas tan preciosas, sus juguetes eran de fabricación casera, pero en el campo no faltaba de nada teniendo imaginación y en eso su familia era rica: construían casas, las tazas del café eran las fundas de las bellotas, los animales siempre estaban presentes. Eso sí, les faltaba tiempo ya que siempre había que ayudar en las tareas del campo, esas que no se acababan nunca.
Un día, cuando ya tenía catorce años, al abrir una bolsa de pipas ( las únicas chucherías que tenía muy de vez en cuando) encontró el papelito sorpresa… ¡le había tocado el premio de las pipas! Y, ¿a que adivináis de que se trataba? Efectivamente, allí estaba Monchy, la más maravillosa de las muñecas. Y, aunque algo tarde, ¡ con qué ilusión la abrazó y la cuidó durante años!